
La Paz que el Mundo No Puede Dar: Un Llamado de Cristo y María
Vivimos tiempos de tribulación: guerras, divisiones, inseguridad y desesperanza parecen marcar el ritmo del mundo. Pero para los hijos de Dios, esto no debe ser motivo de miedo, sino un llamado a volver al corazón del Evangelio, donde Jesús nos ofrece una paz que "el mundo no puede dar" (Jn 14, 27). Esta paz no es una simple ausencia de conflictos, sino la plenitud que brota de saberse amado por Dios, redimido por Cristo y sostenido por el Espíritu Santo. Es una paz que transforma el corazón humano, lo libera de la esclavitud del pecado y lo hace capaz de perdonar, de servir y de amar incluso en medio del dolor.
Jesús no prometió una vida sin cruces, pero sí una paz que trasciende las circunstancias. Su paz nace del encuentro personal con Él, de la confianza en el Padre y de la acción del Espíritu Santo. Es una paz que se construye en el corazón, se comparte en comunidad y se expande en obras de misericordia. El mismo Cristo nos invita a ser pacificadores, diciendo: "Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios" (Mt 5, 9). Esta bienaventuranza no es una utopía, sino una vocación concreta para cada creyente. Ser pacificadores implica orar, actuar con justicia, rechazar el odio y ser testigos del amor de Dios en todo momento.
En diferentes apariciones, como en Fátima, Medjugorje y Akita, la Virgen María ha advertido sobre los peligros que enfrenta la humanidad: la pérdida de la fe, el pecado, y las consecuencias de un corazón alejado de Dios. Sin embargo, en cada mensaje también ha ofrecido esperanza: el llamado a la conversión, al rezo del Rosario, a la penitencia y al regreso al Evangelio como camino de salvación y paz verdadera. María, como Madre y Reina de la Paz, no se cansa de interceder por nosotros. En Fátima anunció que "al final, mi Inmaculado Corazón triunfará", una promesa que llena de esperanza a la Iglesia peregrina en medio de la tribulación.
No estamos solos. Jesús ha vencido al mundo (cf. Jn 16, 33) y María camina con nosotros. En medio de las pruebas, la Iglesia permanece como faro de luz y verdad. El triunfo del Inmaculado Corazón está prometido y cada acto de amor, cada oración, cada sacrificio ofrecido por la paz tiene un valor eterno. La historia de la salvación está llena de momentos donde Dios interviene poderosamente cuando su pueblo se une en oración y conversión sincera. Hoy, esa invitación está más viva que nunca.
Señor Jesús, Príncipe de la Paz, te pedimos que reines en nuestros corazones, que disipes el odio con tu amor, que calmes las tormentas con tu presencia, y que nos enseñes a ser instrumentos de tu paz. María, Reina de la Paz, intercede por el mundo, protege a tus hijos y llévanos de la mano hacia tu Hijo. Amén.
Que este tiempo de tribulación sea también un tiempo de gracia. Vivamos con fe, esperanza y caridad, siendo testigos del Evangelio en un mundo que tanto necesita de la verdadera paz que sólo Dios puede dar. Que cada corazón creyente se convierta en santuario de paz, y que desde nuestras casas, parroquias y comunidades se irradie la luz de Cristo. Si el mundo necesita paz, que comience por nosotros. Confiemos en la Providencia de Dios, abracemos el Corazón Inmaculado de María, y vivamos como verdaderos hijos de la luz. En cada Rosario rezado, en cada Eucaristía adorada, en cada acto de fe perseverante, estamos contribuyendo al amanecer de un nuevo tiempo de paz. Dios es fiel, y su paz no tiene fin.
Roger Iglesias
Fundador I Am Catholic